Celebración de la Asunción en el 75 aniversario del dogma

 

HOMILÍA DE LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA

 

Santa María, Virgen de la Fuensanta,
en este amanecer de tu fiesta nos acercamos a ti.
Abre nuestros oídos para escuchar la Palabra,
nuestros ojos para reconocer las maravillas de Dios,
y que nuestro corazón acoja la esperanza que nunca defrauda.
Tómanos de la mano y condúcenos hasta tu Hijo Jesús,
ahora y siempre.

Saludos

Mi más cordial, sincero y sentido saludo, paisanos, en esta luminosa y hermosa mañana del 15 de agosto de 2025, día en que la Iglesia celebra la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Un año especialmente significativo, pues conmemoramos el Jubileo de la Esperanza en el 2025 aniversario del nacimiento de Cristo, y celebramos también el 75 aniversario de la proclamación del dogma de la Asunción, cuya gloria hoy contemplamos en nuestra Madre, la Virgen de la Fuensanta.



 

1.   El amanecer de la esperanza

Os invito a que tomemos conciencia de este momento; que, por un instante, seamos plenamente conscientes de dónde estamos y de lo que estamos viviendo.

El cielo se abre lentamente, el sol asoma por detrás de la Sierra Ahillos, una ligera brisa corre tras una tórrida noche, y la Virgen de la Fuensanta recibe en su rostro la primera luz del día. No es un día más: es otro 15 de agosto, el más hermoso amanecer que vive el pueblo de Alcaudete, porque lo hace junto a su Madre, la Virgen de la Fuensanta.

Por eso, si todos los amaneceres nos interpelan, este todavía más. El amanecer de este 15 de agosto nos habla y nos predica sin palabras, principalmente sobre dos cosas:

-         la noche no dura para siempre,

-         la luz vence a la oscuridad.

Porque así fue también la vida de María: una vida de noches oscuras que se iluminan desde la fe. Pesemos en la noche de Belén, en la noche de Jueves Santo, en la noche del Viernes Santo. Noches oscuras, atravesadas por la espada de dolor, donde al final brilló la luz, porque, al final, se encontraba su Hijo Jesucristo.

Su vida estuvo siempre marcada por un horizonte siempre de esperanza y de luz. Por eso, se entiende perfectamente lo que dice el libro del Apocalipsis, en la primera lectura, cuando la presenta como «una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza»; esa mujer es signo de la Iglesia, pero en ella vemos de manera perfecta a María, ya gloriosa en el cielo. Allí ella alcanza definitivamente la LUZ en la que no tiene cabida la oscuridad, vive la ESPERANZA cumplida que aguardaba durante su peregrinación.

En este amanecer de Alcaudete, contemplando la imagen de la Santísima Virgen de la Fuensanta, la Asunción nos recuerda que la esperanza cristiana no es un deseo frágil, sino la certeza de que Dios cumple sus promesas. La certeza absoluta de que la esperanza, puesta en el Señor, nunca defrauda.

2.   El dogma proclamado para sostener la esperanza

Hoy recordamos que hace 75 años el papa Pío XII, en la Constitución Munificentissimus Deus, proclamó el dogma de la Asunción. Lo hizo en 1950, cuando la humanidad aún temblaba por el horror de la Segunda Guerra Mundial. En medio de tanta destrucción, el Papa anunció al mundo que:

… la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo desde toda la eternidad, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y vencida la muerte, y como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos (MD 40)

Proclamar la Asunción en aquel momento fue decir: no os dejéis robar la esperanza; la última palabra no la tienen la violencia ni la muerte, sino la vida y la gloria de Dios.

María esperó y nos enseña a esperar. Por eso, en este Jubileo de la Esperanza, María nos muestra cómo esperar incluso cuando todo parece perdido. Ella esperó en Nazaret, esperó junto a la cruz, esperó en la mañana de Pascua. Y así, San Bernardo nos exhorta, a que tengamos a María como la estrella que nos guía en la noche y la aurora que anuncia el día:

Si se levantan los vientos y te asaltan las tormentas, mira a la estrella, invoca a María (Sermón sobre la Virgen María, II, 17).

Ahora bien, la esperanza no se queda en un sentimiento: se convierte en compromiso. Y hoy ese compromiso tiene como meta, entre otras cosas, trabajar por la paz del mundo: paz para Ucrania, para Tierra Santa, para África… y para todos los lugares heridos por el odio y la violencia. La esperanza cristiana es una llamada permanente a construir la paz. Nos urge a mirar más allá del dolor inmediato y a descubrir que, a pesar de las pruebas, la luz permanece encendida.

Por otra parte, esta mañana no podemos olvidarnos de la ola de incendios que está sufriendo España. No solo están arrasando nuestros campos y bosques, sino que, lamentablemente, están causando la pérdida de vidas humanas, el desalojo de familias y la destrucción de hogares. Muchos hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos están viendo herida gravemente su esperanza.

En este sentido, la Palabra de Dios, en los labios de María, viene a sanar la esperanza perdida. El Magníficat proclama: «A los hambrientos los colma de bienes». Que esa promesa se cumpla hoy en quienes lo han perdido todo. Que la Virgen de la Fuensanta —fuente que calma la sed y Madre que abraza— sea refugio para quienes sufren por la pérdida de sus seres queridos y parte de sus vidas, y que fortalezca a quienes están luchando contra esas terribles llamas, que nos recuerdan, una vez más, nuestras grandes limitaciones humanas, pese a la abundancia de medios técnicos de que disponemos.

3.   El cielo: nuestro verdadero hogar

San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que «Cristo ha resucitado, el primero de todos», y que después vendrán los que son de Cristo. María es la primera de esa inmensa procesión: la criatura humana en la que la victoria de Cristo ya se ha cumplido por entero. San Juan Damasceno lo justificó de una forma muy hermosa:

Convenía que la que llevó en su seno al Creador habitara para siempre en las moradas divinas (Homilia in Dormitionem B. Mariae Virginis, II, 14, PG 96, col. 748B).

En esta fiesta, hermanos, es natural mirar al cielo y recordar a nuestros difuntos. Cada uno, en silencio, puede decir el nombre de aquellos a quienes ama y que ya partieron. Aquellos a los que nos imaginamos junto a nuestra Madre en el cielo. Es un día para recordarlo, pero sobre todo para no olvidar que nuestro destino último y definitivo se encuentra con María y con todos los que nos precedieron. La liturgia nos recuerda: «La vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma». No los hemos perdido: se nos han adelantado. Y María, que en su Magníficat proclama «Su misericordia llega a sus fieles», nos asegura que esa misericordia alcanza también a quienes amamos y han partido. Allí está nuestro verdadero hogar, nuestra morada definitiva. Será el lugar del eterno amanecer, de la LUZ que ilumina y da plenitud a nuestra vida.

4.   Seguir cantando la esperanza

El evangelio que acabamos de escuchar nos ha llevado a la casa de Isabel. María, recién concebido Jesús en su seno, camina deprisa por la montaña para servir. Y al llegar, estalla en un canto que hemos hecho nuestro: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador».

Este es el canto de la esperanza. María no canta porque todo sea fácil, sino porque sabe que Dios es fiel. Ella proclama que la historia no está en manos de los poderosos ni del egoísmo, sino en manos de Dios, que enaltece a los humildes y se inclina hacia los pobres.

Hoy, el pueblo de Alcaudete se reúne en torno a la Virgen de la Fuensanta: los que nos encontramos aquí, y aquellos que se encuentra con el corazón y el espíritu; los niños aún con sueño y los mayores que han vivido muchos amaneceres como este. La Virgen nos une bajo su manto y nos recuerda que somos sus hijos, que la esperanza en su Hijo no defrauda y que la paz empieza aquí: en el corazón que perdona, en la familia que se respeta, en el pueblo que se ayuda. Así es como la devoción a María sostiene la esperanza y esta se convierte en vida y en luz para los demás. Nos toca seguir cantando la esperanza. Y así ser la verdadera corona que adorna a nuestra Patrona.

Conclusión

Este sol que ahora vemos subir es solo un anticipo del amanecer eterno que Dios nos promete: un día sin ocaso, sin guerras, sin incendios, sin lágrimas. Y allí, en la puerta del cielo, estará la Virgen de la Fuensanta esperándonos. Nos dirá: “Hijos, la fuente de la vida que os prometí ahora brota para siempre”.

Por eso hoy, en este día de la Asunción, le decimos con todo el corazón: Virgen de la Fuensanta, Madre de la Esperanza, Reina de la Paz, consuela a los que sufren, acoge a nuestros difuntos en la casa del Padre, y llévanos un día contigo a la gloria de tu Hijo. Amén.

 

A.M.G.D. et L.V.M.

 

 

 

José Antonio Sánchez Ortiz
Santuario de la Fuensanta
Alcaudete, 15 de agosto de 2025


 

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