Nuevos tiempos, nuevo vicario

Entre los numerosos nombramientos realizados por el Obispo de Jaén en estos últimos días, sin duda alguna, el más destacado por su relevancia ha sido el de D. Francisco Juan Martínez Rojas como nuevo Vicario General. Un nombramiento bastante inesperado, pero que, sin embargo, no ha extrañado ni sorprendido a los que conociéndolo y sabiendo de sus muchas cualidades, aguardábamos que, de un día para otro, ocupase un puesto de mayor responsabilidad eclesial en nuestra diócesis o fuera de ella. Un nombramiento que, además, ha calado en muchos de sus amigos y conocidos, creyentes o no, y que durante estos últimos días han bombardeado su perfil de Facebook con numerosísimas felicitaciones y muestras de apoyo para esta nueva tarea que asume como hombre de fe, siempre dispuesto a servir a la Iglesia en aquello que se le encomiende, consciente de que esa es la voluntad de Dios.

Durante estos casi treinta años de ministerio sacerdotal, Fran ha dado pruebas de su talla espiritual, humana, intelectual y pastoral en todos los oficios diocesanos que ha desempeñado: profesor del Seminario, coadjutor en la parroquia de la Santa de Cruz de Jaén, párroco de Villadompardo y Escañuela, deán de la Santa Iglesia Catedral…; cargos a los que habría que añadir otros como la de archivero, consiliario o delegado. En definitiva, un sinfín de múltiples y variadas tareas que configuran un amplísimo curriculum vitae, al que desde el pasado 27 de junio hay que añadir el de vicario general de la diócesis de Jaén.

Lo hará bien; muy bien. Porque es un hombre cumplidor y perfeccionista, que sabrá estar donde tiene que estar y como tiene que estar. Él tendrá la difícil tarea de acompañar como mano derecha a D. Ramón del Hoyo López en este último periplo como obispo de Jaén hasta que llegue su jubilación, y servir de transición entre él y el nuevo obispo que asuma la sede episcopal del Santo Rostro. Una tarea ideal para un historiador como él, con un espíritu humanista, que es el mejor conocedor de la historia diocesana, del clero actual, de nuestras parroquias y de nuestras tradiciones locales, y que, además, goza de un especial predicamento en todas las instituciones civiles, sociales y culturales de nuestra provincia.

Los tiempos nuevos en los que nos encontramos, sobre todo dentro de la Iglesia, exigen hombres nuevos, con un horizonte capaz de mirar más allá de lo inmediato y lo particular, que vayan a lo esencial y que lleguen al corazón. Hombres que sean claros, directos y, a la vez, sencillos. Fran es uno de esos hombres que esta era de la Nueva Evangelización exige.

Cumplirá fielmente con aquello que se le mande, pero al mismo tiempo dirá con responsabilidad y honestidad siempre aquello que piense. Él es un hombre accesible, capaz de escuchar y estar disponible para todo el que llame a la puerta de su despacho. Nacido el mismo día que san Felipe Neri, como él, transmite alegría y procura el bien de las almas; seducido por los Santos Padres, vuelve a los orígenes y a las fuentes para iluminar los problemas de hoy; enamorado de la rica tradición oriental, venera el Misterio, valora el silencio y está contra cualquier manipulación de las cosas de Dios; como fiel seguidor del cardenal Newman, es un apologeta de la verdad, a veces incomprendido por unos y sospechoso para otros; como pascaliano, aúna fe y razón convencido de su complementariedad; y como guardiniano, postula la cosmovisión cristiana en un sociedad de pensamiento débil y fragmentado. No le gusta perder el tiempo en nimiedades y es enemigo de cualquier tipo de sinrazón, falsedad, doblez, engaño y mentira. Sus respuestas serán claras y estarán avaladas por justificadas razones que unos entenderán y otros no, evidentemente, pero con las que procurará siempre hacer el bien.

En el nuevo vicario general vamos a tener un hombre débil y pecador, como todos, pero que confía en Dios y tiene el doble privilegio de llevar el nombre de Francisco y de Juan. Dos nombres que en sí mismo son un programa de vida: uno como reformador de la Iglesia desde la entrega absoluta e incondicional a Dios; y otro como precursor que sabe menguar para que crezca el verdaderamente importante: Jesús de Nazaret.

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