Un mensaje para todos: "Wake up!"



Hoy, cuando comenzamos el tiempo del Adviento y escuchamos la llamada apremiante a no estar dormidos sino "vigilantes", resuenan en mí aquellas palabras del papa Francisco en la homilía de la misa de clausura de la VI Jornada de la Juventud Asiática, celebrada el 17 de agosto de este año en Corea del Sur, cuando exhortó a todos los jóvenes con ímpetu: "Wake up! Go! Go forward". Su mensaje fue claro, directo y contundente:

"Wake up!” – This word speaks of a responsibility which the Lord gives you. It is the duty to be vigilant, not to allow the pressures, the temptations and the sins of ourselves or others to dull our sensitivity to the beauty of holiness, to the joy of the Gospel. Today’s responsorial psalm invites us constantly to “be glad and sing for joy”. No one who sleeps can sing, dance or rejoice. I don’t like to see young people who are sleeping. No! Wake up! Go! Go Forward! [«Despierta». Esta palabra habla de una responsabilidad que el Señor os confía. Es la obligación de estar vigilantes para no dejar que las seducciones, las tentaciones y los pecados propios o los de los otros emboten nuestra sensibilidad para la belleza de la santidad, para la alegría del Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente a “cantar de alegría”. Nadie que esté dormido puede cantar, bailar, alegrarse. No me gusta ver a los jóvenes dormidos… ¡No! “¡Despertad!”. ¡Vamos! ¡Vamos, adelante!] 



Evidentemente, ese "wake up!" no tiene que entenderse exclusivamente como una exhortación dicha solo a los jóvenes asiáticos, sino a los jóvenes del mundo entero y, por supuesto, también a cada uno de nosotros. Porque el mensaje dirigido a los jóvenes no es exclusivo para ellos, sino que está dirigido a todos los que formamos parte de la Iglesia, pues un día fuimos jóvenes y siempre estamos llamados a vivir ese impulso que debe caracterizar la vida de un joven; y que ha de estar presente en la vida de todo creyente, aunque no se sea tan joven según los parámetros establecidos de esta sociedad. Todos debemos sentirnos comprometidos, impulsados y con ganas de transformar el mundo. Si no, mala señal.

Y es que tenemos que "despertarnos", especialmente aquellos que vivimos adormilados por una vida cómoda, a los que vivimos anestesiados con una vida cristiana de mínimos, a los que nos encontramos
apoltronados en nuestras seguridades, a los que estamos encasillados y no nos gusta trasgredir nuestros propios esquemas, a los que muchas veces nos formamos parte de un grupo y nos engañamos pensando que es todo perfecto, incluso que somos "perfectos".

El Papa está insistiendo continuamente en la necesidad de que nuestra Iglesia sea una Iglesia en Camino, que salga, que se atreva a ir más allá de lo de siempre, a superar el pesimismo, la acedia, el desánimo, la falta de compromiso. En este sentido, primero tenemos que despertarnos, y después ponernos en camino.

Hemos de ponernos en camino hacia un mundo que, como describió Gabaraín en su conocida canción, "muere de frío" y se encuentra "envuelto en una sombría noche"; un mundo al que le falta "vida, luz y cielo"; en definitiva, un mundo al que le falta Dios. Basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que en nuestro mundo existe sufrimiento, angustia y tristeza; pero, sobre todo, un cierto desánimo y una extendida desesperanza que lleva a muchos a pensar que las cosas son así, y que nada puede cambiar.

Hace falta gritar, alto y claro, a los que así piensan: "¡Despierta!". Nuestra presencia en el mundo tiene que ser algo más que un mero "estar" o "pasar" por él.  Movidos por la esperanza de saber que las cosas pueden cambiar, hemos de sentir la obligación de dejar un mundo mejor que el que hemos encontrado, a la próxima generación. Y para eso no podemos seguir "dormidos" ni ser simples espectadores de una historia que escriben otros; sino que hemos de "despertarnos" y convertirnos en los escritores de nuestra propia historia y colaboradores de un mundo mejor.

Es la hora de "despertarnos" para coger las riendas de nuestra vida, de nuestra historia y de nuestro mundo. Así, en la medida de nuestras posibilidades, podremos sembrar la alegría del Evangelio que tanta falta hace y cambiar un mundo que, para muchos, parece que no tiene solución.

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