Carta a los Reyes Magos después de muchos años

Mis queridos Reyes Magos:

Quizás no os acordéis de mí, pues ya hace bastantes años que os escribí mi última carta. Ya sabéis, ¿no? Uno va creciendo, va cumpliendo años, está cada vez más ocupado y no encuentra el momento oportuno para escribiros la carta en la que pediros todo aquello que le gustaría tener. Pero, como bien sabéis, esto no solo me pasa a mi. Sé que hay muchos hombres y mujeres que ya no os escriben, y lo que es aún peor, hay muchos jóvenes y niños que pasan de hacerlo.

Vosotros tal vez imagináis que la culpa de eso la tiene Papa Noel, pero yo pienso que no. Santa Claus simplemente es una moda que nos viene de un país al que, por cierto, continuamente criticamos, echamos la culpa de todo e, incluso, llegamos a despreciar, pero del que después, a la hora de la verdad, copiamos la música, la manera de vestir y hasta la forma de vivir.

No, no es culpa de San Nicolás de Bari vilmente manipulado. Me da la impresión de que la razón es mucho más profunda e importante: me parece que hemos perdido la ilusión. Esa ilusión que teníamos cuando escribíamos nuestras cartas de pequeño sabiendo que iban a ser atendidas; la ilusión de pedir los juguetes que deseábamos y acordarnos mucho de los niños del Tercer Mundo para
que no les faltara la comida; la ilusión que nos hacía vivir inquietos durante los días de Navidad y que nos obligaba a portarnos especialmente bien si queríamos ver cumplidos nuestros sueños; esa ilusión que nos acompañaba parte del año y nos recordaba que teníamos que ser buenos para conseguir la recompensa. La ilusión, en definitiva, que hacía especial el día de Reyes y casi todos los días del año.

Sí, queridos Melchor, Gaspar y Baltasar, estoy convencido que hemos dejado de escribiros porque hemos perdido la “ilusión”. Y es que, claro, ¿qué cosas materiales podemos pediros para el día 6 de enero que ya no podamos conseguir cualquier día del año?, ¿qué sueño podemos tener que no seamos capaces de alcanzar sin mucho esfuerzo ni sacrificio?, ¿para qué pediros por los niños del Tercer Mundo, si nosotros no podemos solucionar el hambre del mundo?

Vivimos en una sociedad que denominamos “consumista”. Es decir, una sociedad donde las personas son consideradas clientes, objetivos publicitarios, números de tarjeta de crédito y plazos de hipotecas. Parece raro, ¿verdad? Pero es así. Vivimos en una sociedad en la que lo principal es “tener”. Por eso, quizás, ahora nos preocupamos especialmente por la “crisis económica” en la que estamos inmersos, y nos agobia pensar que no hay trabajo, aunque, en realidad, tal vez a muchos lo que les agobia es tener que cambiar sus esquemas, modificar su ritmo de vida y darle un giro radical a sus planteamientos. Ahora, cuando llegan las vacas flacas, nos damos cuenta de que hemos vivido muy por encima de nuestras posibilidades y de que hemos vivido al día, sin pensar en el futuro y ahorrar un poco por lo que pudiera ocurrir. Y no sólo eso, también hemos descubierto que la “crisis económica” es el resultado de la sociedad que nos hemos empeñado en crear: una sociedad de puro consumo, obsesionada con “tener” y donde los pequeños gestos solidarios sólo sirven para tranquilizar la conciencia. Una sociedad en la que la “ilusión” se ha transformado en avaricia.

Pero esto, tal vez, no sea lo peor, queridos Reyes Magos. Mientras parece que vivimos en una “crisis económica” que amenaza con agudizarse, dada la inestabilidad política que se divisa en el horizonte, ya llevamos soportando otra crisis aún mayor y peor, de la que todavía no se han hecho suficiente eco los medios de comunicación, y de la que somos conscientes sólo a medias. Me refiero a la “crisis de valores” y “crisis moral” en la que nos encontramos actualmente sepultados. Basta hablar con padres, tratar con profesores y dialogar con catequistas, para que todos lleguen a la misma conclusión: “los niños y los jóvenes están cada vez peor”. Esta es la manera común de decir que están incontrolables, que no le temen a nadie, pierden con frecuencia el respeto, no les motiva nada y que, en definitiva, viven sin ilusión. Y este es el análisis que hacemos todos los que nos dedicamos a tratar con niños y jóvenes, y tenemos la responsabilidad de educarlos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué ha pasado para que ni los padres sean capaces de educar a sus hijos? Cuestiones que requieren un tiempo del que no disponemos aquí, y que no son propias de una carta dirigida a vosotros.

Queridos Magos de Oriente, con todas estas cosas que os estoy diciendo no trato de justificarme ni trato de justificar el porqué hemos dejado de escribiros, sino más bien desahogarme y, en realidad, explicaros por qué necesito que me devolváis aquella ilusión que un día perdí, y por qué me gustaría que esa misma ilusión sea vuestro principal regalo para todos este año.

Rubens, Adoración de los Reyes (Museo del Prado) 
Hace bastantes años, un gran filósofo llamado Pascal dijo una frase que me gustaría recordar: El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene. Pues bien, como el pájaro no puede volar sin alas, nosotros tampoco podemos vivir sin ilusión. Por eso, os pido ilusión para mi y para todos. Esa ilusión que nos haga recobrar la confianza en nosotros y en los demás; la ilusión de saber que otro mundo es posible y que nuestros gobernantes van trabajar por sociedades de personas y no de votos; la ilusión por ver una sociedad que se fundamente en el “ser” y no en el “tener”, y que, por tanto, se mueva por el amor y no por el dinero; la ilusión de descubrir que: los pobres son atendidos; los que sufren, consolados, y los que tienen hambre y sed de justicia, escuchados; la ilusión de encontrarnos con hombres y mujeres compasivos, limpios de corazón y que trabajan por la paz y la justicia; la ilusión de que recobre la familia el lugar importante que tiene en nuestra sociedad y, por último lo más importante, la ilusión de que el Niño al que fuisteis a ver en Belén sea la Luz que ilumine la vida y los corazones de los hombres.

Bueno, mis queridos Reyes Magos, ya me despedido. No olvidéis que necesito y necesitamos la ilusión perdida. Esa ilusión que tiene una madre, y que con el tiempo he descubierto que se llama: “esperanza”. Por favor, repartid mucha esperanza para que se mantenga siempre viva la ilusión.

Un abrazo de corazón y hasta el año que viene, si Dios quiere.

Vuestro amigo, José Antonio.

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