¿"Nueva normalidad" o una excusa para dar "gato por liebre"? (Coronavirus X)

Se terminó el estado de alarma y ya llevamos un mes inmersos en lo que las autoridades denominaban "nueva normalidad". Ha sido y está siendo como un guion de cine que sobrepasa cualquier expectativa. Incluso se podría hacer un cierto paralelismo con el título de algunas películas. Hemos vivido "Solo en casa" (porque el confinamiento no nos ha permitido ir a otro sitio) para después tener "Encuentros en la tercera fase" (pues debimos esperar a la tercera fase del desconfinamiento para tener reuniones con familiares y con amigos), mientras muchas familias soportan auténticos "Juegos del hambre", haciendo cola en la puerta de parroquias o de comedores sociales. Sí, sin ánimo de frivolizar con un tema tan serio y delicado como el que estamos sufriendo, lo vivido puede parecernos un thriller o una película de ciencia ficción, pero ha sido y es una realidad que nunca hubiéramos podido llegar a imaginar.


Es verdad que ahora se está haciendo una llamada continua a la responsabilidad personal y a la sensatez, sobre todo a partir de la gran cantidad de rebrotes que están surgiendo por todos los rincones de nuestra geografía nacional. Pero si nos remitimos a los hechos, vemos que esta exhortación está cayendo muchas veces en saco roto, pues el comportamiento de algunos de nuestros coetáneos no van por esos derroteros. Hemos pasado de estar enclaustrado en nuestras casas, temerosos al contagio, a abrir fronteras, desplazarnos de un lugar a otro, abarrotar calles, desbordar bares, saturar playas... Basta salir a dar una vuelta para pensar que no ha pasado nada, aunque la mayoría se haya tomado en serio el tema de la mascarilla. Es muy triste comprobar cómo muchas personas desoyen las advertencias de las autoridades sanitarias y ponen en riesgo sus vidas y las de los demás. 

Estas cuestiones tienen que preocuparnos, como no puede ser de otro modo. Pero hay otra serie de actitudes, comportamientos y planteamientos que estamos descubriendo durante este tiempo de "nueva normalidad" que tienen que hacernos pensar y que no pueden dejarnos indiferentes. 

Casi desde que comenzó el confinamiento, las autoridades políticas y sanitarias no han dejado de referirse a la llamada "nueva normalidad" que se nos avecinaba después de las fases de desconfinamiento. Pues bien, ya estamos viviendo esa "nueva normalidad" y lo que deberíamos saber con exactitud es si todo lo que acontece realmente responde a la realidad social que nos impone el virus o no.  

Se podía esperar que, en una situación de pandemia, la "nueva normalidad" conllevara tener que aguardar rebrotes, mantener la distancia social, llevar mascarillas y desgastarnos las manos con el hidroalcohol, evitar las aglomeraciones, sacrificarnos y armarnos de paciencia para ir recuperando nuestro golpeado tejido industrial y económico. Cualquier persona consciente del riesgo de contagio existente y de las consecuencias que supone una situación límite como la provocada por la Covid-19, comprende que hay que tomar medidas que puedan ayudar tanto a evitar la propagación del virus como a la recuperación económica del país. 

Ahora bien, existen otras decisiones y procederes que nada tienen que ver con la pandemia, y que se nos están inoculando como parte de la "nueva normalidad", cuando, en realidad, lo que está pasando es que nos están "dando gato por liebre". Es decir, se nos está imponiendo un modelo de sociedad y de estado democrático con unas profundas marcas ideológicas, que no ayuda a la cohesión necesaria que exige un momento de crisis como el que estamos viviendo.  



Tres hechos me han llamado especialmente la atención: endiosar la mentira, apartar la escuela concertada de las ayudas públicas y el tono "laico" del homenaje a la víctimas de la pandemia. 

En primer lugar, se ha hecho de la mentira un estilo de vida, una parte de la "nueva normalidad". Por eso, estamos asistiendo con perplejidad a un cambio continuo de argumentos y de razones. Vemos cómo un día se nos dice una cosa y al día siguiente la contraria, sin el más mínimo pudor y sin que eso realmente traiga consecuencias. Se inventan bulos para distraer a la opinión pública, se manipulan encuestas o se incendian las redes sociales con insultos y mentiras que afectan a la dignidad de las personas. Los responsables se niegan a reconocer el número real de víctimas de la pandemia (no sé por qué) y llega un momento en el que se asume como algo lógico desconocer la verdad. Desde luego, han olvidado aquella expresión que decía Thomas Mann: Una verdad perjudicial es mejor que una mentira útil. Y yo quiero pensar que mentir tiene más que ver con las personas que hacen eso que con un modelo de sociedad en el que todo valga con tal de alcanzar unos objetivos personales e ideológicos.
En segundo lugar, tampoco entiendo la razón exacta de excluir a la enseñanza concertada de las ayudas públicas a la educación. Primero, porque los colegios concertados también son públicos, aunque su gestión sea privada; segundo, porque no hay niños de primera (la pública) y niños de segunda (la concertada), o viceversa; tercero, porque numerosos colegios concertados están dedicados a los más desfavorecidos y, con esa medida, se merman las posibilidades de los más pobres; y cuarto, porque no se puede absolutizar la escuela pública como único camino educativo, porque no tiene capacidad para responder a toda la demanda social y además, en una sociedad democrática, no se puede prescindir de iniciativas que enriquecen su pluralidad o tomar decisiones que contravengan derechos fundamentales, como el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, que recoge el artículo 27 de nuestra Constitución. Cuando se hablaba de "nueva normalidad" refiriéndose a la escuela, estaba convencido de que la verdadera preocupación sería buscar la mejor manera de evitar los contagios de la Covid-19, no que supusiera esa división entre alumnos de primera y alumnos de segunda. Pero, sobre todo, no imaginaba que "nueva normalidad" conllevase una educación que minusvalorara el esfuerzo y se olvidara de la excelencia. La respuesta a una crisis nunca puede ser fomentar la desidia, sino poner las bases humanas que permitan salir de ella. Y en esto, el estudio es fundamental.


Por último, el homenaje de la nación a las víctimas. No se ha querido hacer un funeral de estado, y se ha hecho una celebración "laica", cuya imagen con ese pebetero encendido y todos alrededor evocaba más a un ritual fúnebre de una tribu aborigen, a un sacrificio maya, a una ofrenda griega a Hefesto o a una ceremonia romana dedicada a Vulcano, que a nuestra manera de recordar a aquellos que nos dejaron. En mi opinión, este tipo de actos en este momento no es expresión de una sana laicidad, que es lo que se podría esperar, sino que puso de manifiesto, una vez más, que se trataba de un homenaje en el que se reconocería a las víctimas, sino romper con la tradición religiosa que nos ha acompañado durante siglos y ha configurado nuestra sociedad. Y dudo que la población española, en su mayoría, sintiera la necesidad de honrar a las víctimas del Coronavirus así. Porque no es el momento de atizar un fuego cuando todas las fuerzas deben estar centradas en apagar el gran incendio que ha provocado la pandemia y que sigue siendo una profunda amenaza para nuestro país. Todo apunta que entre las cosas de la "nueva normalidad" se encuentra esto también: romper con nuestras raíces y apartar la dimensión religiosa de ámbito público. Pero parece también que, paradójicamente, tendrán que ser las parroquias las que respondan a las necesidades de tantas personas como ahora se agolpan a sus puertas demandando ayuda. En fin, otra muestra de la incoherencia y de la hipocresía de aquellos que levantan la bandera laicista pero son incapaces de mover un dedo por los necesitados. 

Solo podemos esperar que la "nueva normalidad" no sea tan "nueva" que, cuando todo esto pase, olvidemos lo que era la "normalidad". Porque algunas novedades que parece definir nuestra situación actual pueden ser tanto o más perjudiciales para nuestra sociedad que el virus que ahora tenemos que combatir entre todos, poniendo lo mejor de nosotros mismos. 

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