Mis primeras palabras
El pasado 16 de septiembre inicié mi ministerio pastoral en la parroquia de Santa María de Torredonjimeno. Aquí os dejo mis primeras palabras a mi nueva comunidad cristiana.
PRIMERAS PALABRAS
Hace casi 21 años, el 24 de octubre de 1999, el Señor
depositó en mi (una pobre vasija de barro) el tesoro de la vocación sacerdotal,
haciéndome un instrumento de su gracia. Y fruto de aquel día hoy comienzo mi ministerio
pastoral aquí, en la parroquia de Santa María de Torredonjimeno. Porque Jesús ha vuelto a presentarse otra vez como aquella noche en el mar de Galilea, para repetirme:
“rema mar adentro”. Y yo, haciendo mías las palabras de Pedro, le vuelvo a repetir mi
lema sacerdotal: “En tu nombre, Señor, echaré las redes”.
Hoy inauguro mi servicio ministerial en esta parroquia con la
conciencia de que ha sido el Señor quien me ha puesto entre vosotros. Y vengo
con el deseo de seguir echando las redes en su nombre y trabajar con ilusión por
su Iglesia que peregrina en Torredonjimeno.
Han sido muchos los párrocos que me han precedido. Desde que
recuerdo, D. León, D. Francisco de la Torre, D. Luis María y el último, D.
Enrique, a quien agradezco su buen hacer en esta parroquia, su fraternidad
sacerdotal con los compañeros del arciprestazgo y mi acompañamiento personal
durante este tiempo. Gracias, D. Enrique, por todo. Que el Dueño de la Viña
recompense tanta generosidad y tanta entrega.
Todos los sacerdotes que han pasado por esta parroquia han
sido trabajadores incansables de esta particular parcela del pueblo de Dios que camina en Tosiria, dejando en ella ilusiones, trabajo, dedicación y vida. Ahora
me toca a mí recoger los frutos y continuar en esa misma senda de servicio con los
talentos que Dios me ha dado. Haré lo que pueda como mejor sepa.
La Iglesia celebra hoy la memoria de los santos mártires
Cornelio y Cipriano, que fueron martirizados unos años antes que los santos patronos de este pueblo: San Cosme y
San Damián. Me llamó la atención que San Cipriano, obispo de Cartago, una de
las primeras cosas que tuvo que afrontar cuando lo nombraron obispo fue
responder a una peste que se produjo en su ciudad en el año 252. Un antiguo biógrafo
suyo describe así la situación:
Estalló
después una terrible peste, una maldita epidemia devastadora, de espantosas
proporciones, que afectaba diariamente a innumerables personas, invadiendo las
casas una a una, entre el terror del pueblo (Vita Cypriani, 9).
Parece que estaba describiendo en el siglo III lo que
nosotros estamos viviendo ahora por culpa de este maldito Coronavirus. Y me
llama la atención porque de San Cipriano no se sintió atemorizado, sino que
entendió la situación como una oportunidad para meditar sobre la muerte y,
sobre todo, para fomentar y fortalecer el amor al prójimo. Es decir, nos da una
clave evangélica de cómo debemos actuar también nosotros en estos momentos.
Porque debemos tratar con respeto al virus, pero no tenerle miedo. Ya San Pablo
nos lo recordaba: “nada podrá apartarnos del amor de Dios”. El Coronavirus no
es una excepción. Hemos de ser cautelosos y prudentes, pero no dejarnos
paralizar. La vida de la parroquia tiene que seguir en tiempos de pandemia y
sin ella.
Juntos hemos de seguir trabajando por el “sueño
misionero de llegar a todos”; por construir una comunidad de “puertas
abiertas”; por hacer verdadera Iglesia “en salida”. A todos se nos encomienda
la hermosa tarea de llevar a cabo eso que el papa Francisco denomina «la renovación parroquial» (EG 28). Cada uno desde una
vocación específica, yo como párroco y vosotros como laicos, tenemos por
delante el reto de construir una Parroquia del siglo XXI, que
responda a los interrogantes y las necesidades de los hombres y mujeres de
nuestro tiempo.
En este sentido, además, el último documento publicado por
la Congregación para el Clero, dedicado a la conversión parroquial, nos ilumina dándonos pistas de por dónde deberíamos caminar:
… es
necesario identificar perspectivas que permitan la renovación de las
estructuras parroquiales “tradicionales” en clave misionera. Este es el corazón
de la deseada conversión pastoral, que debe afectar al anuncio de la Palabra de
Dios, la vida sacramental y el testimonio de la caridad (n. 20).
Todo esto, evidentemente, lo haremos junto a la comunidad cristiana
de San Pedro y a su querido párroco D. Pablo, a quien me une una profunda
amistad desde hace años. Entre ambas comunidades debemos seguir trabajando por
transmitir en Torredonjimeno la alegría de vivir el Evangelio. Y hacerlo de las
manos de los Santos Cosme y Damián, y, sobre todo, bajo el amparo de Nuestra
Señora de Consolación, a quien me encomiendo de una forma especial. Por cierto,
mañana me gustaría acercarme al Cementerio a las 11:30 para rezar los difuntos
del pueblo, y después a las 12:00 ir a la Ermita de Consolación para rezar el
Ángelus, por si alguien quiere acompañarme.
Por último, quiero terminar agradeciendo la acogida que me
habéis dado los tosirianos, tanto de esta parroquia como de San Pedro; a D.
Andrés sus elogiosas palabras hacia mí, emanadas de la amistad que nos une; a
todos los sacerdotes que han podido acompañarme esta tarde con su presencia y a
los que lo han hecho con su oración; a mi familia, cómo no; a los amigos que
habéis podido escaparos para estar conmigo una vez más; y a todos los
feligreses de mis parroquias anteriores que formáis esa otra familia que Dios
me ha dado: de Santa Ana, Mengíbar, Jamilena y Monte Lope Álvarez.
A todos, gracias de corazón.