La alcaldesa y la cruz

Desde que hace unos días la alcaldesa de Aguilar de la Frontera (Córdoba) quitara la cruz que se encontraba en la puerta del convento de las Descalzas de su localidad, he estado pensando en lo que realmente supone este lamentable hecho para una sociedad como la nuestra, que se pretende definir como laica. Y no hay que ser un experto en sociología religiosa para darse cuenta de que, en realidad, no se trata simplemente de una decisión en favor de una sana laicidad, sino de una acción motivada por una ideología claramente anticatólica, aunque se empeñe en decir lo contrario en unas declaraciones que hizo justificándolo. 

Da pena asistir a acontecimientos de este calibre con lo que nos está cayendo, y ver que algunos de nuestros políticos, que deberían estar atentos a los asuntos que realmente preocupan a la mayoría de los ciudadanos, malgasten su tiempo, despilfarren recursos públicos o estén buscando la manera de vacunarse antes de tiempo, con una desvergüenza absoluta. La verdad es que estamos llegando a tal nivel de conformismo social que ya no nos sorprende que cierta clase política, trasnochada ideológicamente, actúe con total impunidad mientras trasgrede la convivencia ciudadana, manipula el lenguaje, ofende el sentido común y se aprovecha de las instituciones para intereses ideológicos, partidistas y personales. Solo espero que cuando llegue el momento democrático de las elecciones seamos capaces de manifestar a nuestros dirigentes políticos, independientemente del partido político, que nuestro voto no es un salvoconducto para hacer lo que les plazca, sino para que sean honestos y trabajen por el bien de todos.  

No obstante, lo peor no es que algunos políticos se dejen llevar por su ideología, si no que, en la mayoría de los casos, son arrastrados por una profunda ignorancia y un vivo deseo de reescribir la historia. Por eso, más allá de que la retirada de la cruz sea una acción contemplada en la mal llamada ley de la memoria histórica, en realidad responde a ese deseo de borrar la huella del cristianismo de nuestra sociedad. En este sentido, me perece oportuno leer lo que Fernando García de Cortázar escribió sobre el significado de la cruz, en un libro que recomiendo: Católicos en tiempos de confusión (Madrid 2018). En él dice lo siguiente: 

Esa cruz que tanto molesta a algunos fue instrumento de suplicio para los marginados y los delincuentes que carecían de ciudadanía romana, para los esclavos y los humildes. Sin embargo ese signo de terror y de muerte, se convirtió en símbolo de esperanza, de redención y de vida eterna. Clavado en la cruz, Jesús culminó su vida de hombre y expiró tras un indecible sufrimiento para anunciar algo sobre lo que se ha constituido nuestra civilización durante dos mil años: la igualdad, la fraternidad de quienes somos portadores de eternidad, la libertad para elegir el bien o el mal, la convicción de que nuestra vida tiene un significado moral por encima de las contingencias de uno y otro sistema político. En esa cruz murió el Hijo del Hombre, tras irrumpir en la historia e inaugurar una nueva era que iba a afectar a la tierra entera. 

Hace dos mil años, lo que sucedió en la cruz dejó de ser el dolor inútil y la humillación espantosa de quienes nada tenían. Con esa cruz, en la mano, con ese signo iluminando nuestros pueblos y ciudades, nuestras universidades y escuelas, nuestra mente y nuestro corazón, España y Occidente entero adquirieron una identidad liberadora , una confianza en que la bondad no era un determinación natural, sino una decisión inspirada por el Espíritu. Bajo el signo de esa cruz el poder fue limitado, se conminó a los opulentos a aceptar la dignidad del humilde, se dijo que olvidar la fraternidad íntima de los seres creados por Dios era un pecado. A la sombra de esa cruz sigue alzándose el clamor frente a la injusticia y el júbilo de nuestra esperanza en una vida mejor para todos. 

Esa cruz no es el signo de una privilegio ni la ofensa a los no creyentes. Es, por el contrario, el símbolo de una larga lucha por la igualdad y el respeto al hombre. Y es, sobre todo, aquello que nos identifica, creyentes o no creyentes, como miembros de una civilización dos veces milenaria, cuyos valores no han dejado de actualizarse durante veinte siglos. Una civilización que, entre todas las del mundo, es la única tan decididamente dispuesta a suicidarse, a abolir sus raíces, a segar su carácter, a desangrar su existencia (pp. 15-16).

 Así ha explicado este reconocido historiador el significado de la cruz; una explicación que subrayo íntegramente. No espero que la alcaldesa de Aguilar de la Frontera y todos los que piensan como ella lean esta mirada ni se interesen por este libro, pero sí que piensen antes de quitar otra cruz si, en su modelo de sociedad, aparecen valores como el perdón, el respeto, la dignidad, la tolerancia, la solidaridad..., porque algo me dice que ellos hablan mucho de valores humanos y de respeto de sus ideas, pero ellos realmente solo respetan las que coinciden con las suyas. Y desde luego que no son de proponer, sino de imponer.  

La esperanza que nos queda es saber que durante dos mil años la cruz de Cristo y la cultura cristiana se han abierto paso en la historia, y en circunstancias muy adversas. Y así seguirá siendo. El horizonte y la vida que encierra el mensaje de la cruz no puede suplirlo ninguna ideología por muy bien que se presente.  


Entradas populares de este blog

Los hombres que no se jubilan

Lágrimas en Navidad

Rogativa en tiempos de Coronavirus (Coronavirus XII)