Rogativa en tiempos de Coronavirus (Coronavirus XII)
En esta mirada os dejo la homilía de la celebración de rogativa a la Virgen de Consolación para pedirle el fin de la pandemia. En ella he querido hacerme eco de la realidad que estamos sufriendo y elevar mi súplica a Dios a través de la Patrona de Toxiriana.
Celebramos la eucaristía de este domingo con la presencia de nuestra Patrona, la Virgen de Consolación. Ella ha estado durante toda la semana entre nosotros de forma extraordinaria. Y han sido muchas las personas que durante estos días se han acercado a visitarla, con una petición fundamental: el fin de la pandemia. Ha sido nuestra principal súplica a nuestra Abogada y Señora, para que interceda ante su divino Hijo. Así que esta tarde me vais a permitir la licencia de que en esta homilía mis palabras también se conviertan en una súplica dirigida a Ella.
Querida Madre de Consolación,
patrona toxiriana:
Hoy el pueblo de Torredonjimeno te
necesita. Acude a ti como lo ha hecho siempre; como lo hace cada vez que se ha
sentido sobrepasado por las circunstancias; como lo hace cada uno de tus hijos
cuando necesita tu abrazo maternal y el consuelo que solo tú les puedes dar.
Hoy, Madre mía, aunque tú lo sabes,
pero quisiera poner bajo tu manto la difícil y triste situación por la que
estamos atravesando, y que nos está desgarrando el corazón. Porque nos encontramos
desorientados y, en muchos casos, desamparados y solos. Por eso, te pido que
intercedas ante tu divino Hijo Jesús, como lo hiciste en aquella boda de
Canaán, para que auxilies a los “Jobs” y a las “Suegras de Pedro” de ahora, de
este momento de pandemia que estamos sufriendo.
Virgen María, hoy son muchos los
hombres y mujeres que, como Job, también están hartos de dar vueltas en sus
camas y aguardan impacientes la llegada del alba. La situación que estamos
atravesando se parece a una larga pesadilla nocturna que nos gustaría terminar;
un profundo túnel oscuro que nunca termina. Y estamos deseando ver la luz de
alba, de ese nuevo día en el que el virus haya sido vencido y podamos recuperar
la normalidad. Tú sabes lo que supone el peso de la oscuridad de la noche,
porque la viviste especialmente aquella noche de Jueves Santo, la víspera de la
pasión del fruto de tu vientre.
Y no solo somos los “Jobs del
coronavirus”, sino que también nos identificamos con la “suegra de Pedro”.
Porque son muchos los que, como ella, se encuentran postrados en las camas de
los hospitales luchando entre la vida y la muerte, y esperando el milagro de la
mano sanadora de tu Hijo, el verdadero médico del cuerpo y del alma. Tú, Virgen
de Consolación, has sido durante esta semana esa mano tendida de tu divino
Hijo. Te has acercado a nosotros, nos has tocado con tu presencia y nos has
levantado del estado de postración en el que nos encontramos. Pero ahora
necesitamos pedirte algo muy especial: que esa cercanía y esa mano, que el Señor
tiende a través de ti, se acerque a todos los enfermos que se encuentran
totalmente solos en los hospitales. Esta tarde te los encomendamos de una
manera especial, para que les hagas llegar ese consuelo que ahora sus familias
no les pueden dar.
Madre mía, tú sabes el desierto que
estamos atravesando. Tú sabes que esta pandemia nos ha colocado casi en un
nuevo punto de partida. Muchas de las cosas que teníamos se han desvanecido.
Hemos experimentado nuestra vulnerabilidad y hemos descubierto las falsas
seguridades en las que se apoyaba nuestra vida personal y social. Por eso, al
final, este virus se ha convertido en una especie de tsunami que no solo se
está llevando vidas humanas y está destrozando nuestra economía, sino que
también ha aniquilado parte de lo que somos. El coronavirus, aunque no
queramos, nos está cambiando. Nos está transformando y va a marcar nuestra vida
para siempre.
La pandemia, en muy poco tiempo,
nos ha hecho náufragos sociales. El virus nos ha encerrado en nuestras
casas, convertidas en islas desiertas donde muchas veces el único contacto
posible con los demás se produce a través del teléfono.
Nos ha convertido en prisioneros
y soldados heridos. Como si de una guerra se tratara, parece que nos
estamos enfrentando a un enemigo que nos ha cogido por la retaguardia y están
venciendo a nuestro ejército. Y mientras a unos los ha encarcelado en una
habitación de su propia casa, a otros los ha postrado en las camas de los
hospitales y los ha encerrado en UCI abarrotadas.
También nos ha transformado en mendigos
materiales y emocionales. Son muchas las personas que están viendo hundirse
sus negocios, que se están quedado sin nada, y que se ven abocadas a mendigar
en las filas del hambre. Y, además, por si eso fuese poco, todos nosotros nos
hemos vuelto mendigos de besos y abrazos, de esos besos y abrazos que antes no
valorábamos y que ahora tanto echamos de menos.
Esta pandemia, además, nos ha
convertido en inmigrantes. Los confinamientos perimetrales nos han hecho
extranjeros en pueblos limítrofes y nos impiden estar cerca de nuestras
familias y amigos. Para movernos más allá de nuestra demarcación necesitamos,
bajo pena de multa, el visado o salvoconducto que justifique nuestro
desplazamiento.
Virgen de Consolación, tus hijos te
aclaman en este particular valle de lágrimas que estamos atravesando. Tus
hijos, sí, los que te tienen siempre presente en sus casas; los que te visitan
en tu ermita el día ocho de cada mes; los que llevan tu imagen en su cartera,
porque quieren caminar contigo. Santísima Virgen, esos hijos son los que te
festejan y te cantan en tus días de romería; los que se reúnen en torno a ti en
los días de novena y en tu fiesta. Y esos mismos hijos hoy te suplican desde
corazón para que tu manto los proteja de esta epidemia.
Virgen y Madre nuestra, necesitamos
que nos acojas en tu casa, como acogiste al discípulo amado. Queremos estar
contigo. Hoy más que nunca queremos saber que las puertas de tu corazón están
abiertas para todos los toxirianos: náufragos, prisioneros, mendigos e
inmigrantes por culpa del coronavirus. Te necesitan los ancianos solos que no
pueden estar cerca de los suyos; los enfermos encadenados a un respirador; los
sanitarios cansados y extenuados, que ya no saben lo que hacer; las familias
que ven incierto su futuro o ven desvanecerse sus sueños.
Esta tarde, Santísima Madre, sobre
todo te suplicamos que acojas en a nuestros difuntos, especialmente a aquellos
por los que estamos ofreciendo esta eucaristía, y que hemos querido tener
presentes con estas velas a los pies del altar. Ellos, como tantos miles de
personas, han adelantado su hora por culpa de este virus. No permitas que sean
privados del descanso eterno junto a Ti y tu Divino Hijo en la gloria del
cielo.
Virgen de Consolación, en nombre el
pueblo de Torredonjimeno, quiero darte las gracias por ser nuestra Madre,
nuestro consuelo y nuestra esperanza. Gracias por ser la patrona de los hijos
que han nacido junto ti. Por ser la dueña y señora de nuestras familias y de
nuestros hogares. Gracias, Madre bendita, por estar siempre ahí, esperándonos
en tu hermosa ermita. Por ser el paño de lágrimas en los peores momentos. Por
cuidar de nosotros en la hora del dolor. Por ser la caricia permanente de Dios
cuando más lo necesitamos.
Patrona toxiriana, señora y reina,
que este pueblo, que con tanta fe te venera, nunca se aparte de tu bendito
Hijo, presente de forma especial en la eucaristía. Y que el alimento de su
Cuerpo y de su Sangre sea para todos nosotros el camino más seguro que nos
lleve a gozar eternamente de ti, junto a todos los familiares y amigos que ya
nos han precedido.
Madre de Consolación, a ti hoy te
ofrecemos alma, vida y corazón.
José
Antonio Sánchez Ortiz
Parroquia de Santa María
Torredonjimeno, 7 de febrero de 2021