Las raíces cristianas de Alcaudete

Ha sido reabierto el Museo Arqueológico Nacional después de casi cinco años de reformas y adaptación a las nuevas tecnologías. Y cuando uno ve por primera vez la exposición, especialmente la parte dedicada a España, tiene la impresión de que no simplemente ha sido un "lavado de cara", sino que ha sido sobre todo una apuesta concienzuda por ofrecer una nueva mirada a la riqueza arqueológica sembrada en nuestra geografía, a través de las huellas más significativas que nos ha legado el paso del tiempo. En cada una de las piezas que componen la rica colección, sin contar las de otras partes del mundo, podemos ver los"testigos callados" de una época, una cultura, un tiempo, unos hombres, una manera de entender la vida y, también en una parte muy importante, una expresión de fe. Sí, una expresión de fe. Una mirada profunda a cada una de las diferentes épocas que vea más allá de la materialidad de los objetos expuestos, podrá descubrir cómo la dimensión trascendente está presente en el devenir de nuestra historia de múltiples maneras.

Pero quisiera detenerme especialmente en dos piezas descubiertas en Alcaudete que se encuentran expuestas en la sección dedicada a la presencia del cristianismo en la Península. Se trata de los restos de un sarcófago del siglo V y del tablero de una mesa de altar del siglo VII.

El sarcófago fue elaborado, según la ficha técnica, por un taller hispano, y en él aparecen representadas tres escenas: en la parte superior, la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44); y en la parte inferior, David decapitando a Goliat (1S 17,51) y Daniel en el foso de los leones (Dn 6,1-28). Tres pasajes (uno del Nuevo Testamento y dos del Antiguo ) alusivos a la muerte; o mejor dicho, expresión de fe, de confianza en el Señor y de esperanza en la vida eterna. Ésta es una gracia de Dios, un regalo que Él nos hace de forma definitiva con la resurrección de su Hijo, de manera que ni la misma muerte como realidad (Lázaro), ni la muerte como amenaza (Goliat y los leones) podrán hacer nada contra la nueva vida que emanó para siempre aquel acontecimiento del Domingo de Pascua.


Por otra parte, se encuentra un tablero de mesa de altar hecha de granito. Es una bella piedra de pequeñas proporciones tallada con una cenefa, que rodea toda la pieza, y una cruz griega en la superficie superior. Sostenida por un tenante de la misma época que se halló en Córdoba, debió de presidir una Iglesia visigótica desaparecida. En ella debió celebrarse la Eucaristía y, por tanto, el misterio de la Muerte y Resurrección de Jesucristo. ¿Cuántas veces y dónde exactamente? No se sabe. Lo cierto es que ya existía una comunidad cristiana que se alimentaba con el Pan de la Vida Eterna.




Junto a otros restos arqueológicos que se han encontrado también por las inmediaciones de la Sierra Ahillos, este sarcófago y este altar no son solo dos de los muchos vestigios que recuerdan la importante presencia cristiana en este lugar, sino que son "testigos arqueológicos" de la esperanza en la Vida Eterna vivida y sentida. Así que en ellos se nos despierta una verdadera memoria histórica que nos descubre cuáles son nuestras raíces, de dónde venimos y quiénes somos. No se puede negar lo evidente: nuestras raíces son cristianas. Y ya se denomine a este pueblo Fravososon (antiguo nombre aparecido en algunas lápidas), Al-Qabdaq (nombre árabe) o Alcaudete, lo cierto es que el cristianismo forma parte de nuestra historia, nuestra cultura y nuestras vidas; y negarlo sería negar una parte de nosotros mismos y de la esperanza que ha movido a los hombres y mujeres de este lugar.  

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