Hoy he cumplido 40 años
Hoy he cumplido 40
años. Esa edad de la “supuesta” crisis y que uno debe celebrar como si fuese el
último. El caso es que termino el día, gracias a Dios, pero no he tenido ni una
cosa ni la otra. Ha sido un día bastante normal, dentro de lo que se puede
esperar en un curso intensivo de alemán (que es lo que estoy haciendo ahora
mismo). Una jornada como otras, en lo referente a horario, clases y exámenes.
Lo realmente particular y diferente de este día han sido dos cosas. La primera
ha sido mi oración de agradecimiento a Dios por: el regalo de la vida, el don
de la vocación, la familia que me ha dado, los buenos amigos que tengo, las
parroquias y cargos pastorales en los que he estado y todas esas instituciones
y personas que, de una manera u otra, también se encuentran presentes en la
historia de mis cuatro décadas de vida.
El segundo motivo que
ha hecho especial este día han sido las numerosísimas felicitaciones que he
recibido a través del correo electrónico, los mensajes de Facebook, Twitter y
Whatsapp, o las llamadas telefónicas, que, por cierto, no he podido contestar. En
la era del internet y de las redes sociales, los kilómetros geográficos no han
sido sinónimo de lejanía o incomunicación, y he sentido la cercanía de muchas
personas de diferentes lugares del mundo. En este sentido, agradezco de corazón
a todos los que me han tenido presente, y especialmente a los que en este día habéis
rezado por mí.
Pero hoy también me he
acordado de un libro que leí hace mucho tiempo, y que lógicamente no entendí en
ese momento, pero que estoy empezando a comprender poco a poco, cada vez más,
conforme pasan los años. Se trata de un pequeño libro de Romano Guardini
titulado Las etapas de la vida. En
él, este pensador de padres italianos pero educación alemana, ofrece una
preciosa reflexión sobre las diferentes etapas que se suceden a lo largo de la
vida, la importancia de vivirlas y de saber afrontar las “crisis” que
necesariamente conlleva el paso de una etapa a otra. Evidentemente, no se trata
ahora de hacer un análisis en profundidad de la llamada “crisis de los cuarenta”,
ni nada parecido. Sólo quiero detener brevemente mi mirada en la importancia de
saber aceptar el paso del tiempo como el punto de partida necesario para vivir cada
momento como un verdadero regalo de Dios en el camino de nuestra vida.
En ese libro, recuerdo
que aparecía una idea que entonces, cuando tenía veintitantos, no entendía.
Guardini hablaba de la edad madura como de una etapa de la vida donde el impulso
de la juventud se ralentiza, pero se alcanza la plenitud de fuerzas, se adquiere
una cierta profundidad y decisión, fluyen la creatividad, se está más dispuesto
a tomar sobre sí cargas y uno se considera capaz de tareas para las que no
escatima tiempo. Sin duda alguna, se trata de esa etapa intermedia entre la
juventud y la vejez, en la que naturalmente me encuentro, y no sólo porque hoy
haya cumplido los cuarenta.
Pero también Guardini
recordaba algo que se experimenta en la edad madura y que es todavía más
importante tener en cuenta y no olvidar. Se trata de la experiencia de los “límites”.
Esos “límites” que empiezan a aparecer con los años y que no deben ser
considerados negativamente como una merma de posibilidades, sino como una
oportunidad para vivir de otra manera, con otra perspectiva y, sobre todo,
buscando cada vez más ahondar en lo que es verdaderamente esencial en la vida,
independientemente de la edad que se tenga. En este sentido, hoy y durante
algún tiempo, mi oración es la del salmista: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón
sensato” (Sal 89, 12). Una sensatez que me permita no perder el tiempo en
aquello que no merece la pena; me acerque a lo esencial; me haga crecer como
persona y sacerdote; me ayude a ser agradecido con los demás; me descubra al
otro como “hermano”…, en definitiva, una sensatez que me lleve a cumplir siempre
la voluntad de Dios.
Un día mi amigo del alma me recordó algo muy importante: “la
historia es pasado”. Por eso en la historia de nuestra vida no podemos mirar las
etapas anteriores con añoranza, pensando que eran mejores que la actual; o con
lamentos, por el tiempo malgastado en banalidades. El pasado forma parte de
nosotros y de nuestras vidas, y aunque haya cosas que nuestra memoria lastre
porque nos han marcado positiva o negativamente, lo cierto es que no nos pueden
inmovilizar. Estamos llamados a vivir la novedad y la esperanza del nuevo
día que Dios nos da para ser mejores y más santos.
No alargo más esta mirada. Simplemente me gustaría terminar
con otro texto también de un libro de Guardini (La aceptación de sí mismo), que, en el fondo, ofrece la clave de lo
que tiene que ser nuestra vida en todo momento: “Lo decisivo en la vida humana es aceptar el propio ser, con sus
condiciones y en todo su alcance. Hay que aceptar la propia vida como un don
que se nos otorga en el origen, y como un obsequio que debemos ofrecer
gustosamente, al final, a Quien nos la dio (al Otro, a Dios)”.