Volver a empezar

Acabamos de despedir el mes de septiembre y retomamos la cotidianidad de siempre: los niños, al colegio; los padres, a sus trabajos (si tienen la suerte de no estar en paro); algunos jóvenes, a la universidad, mientras otros caminan hacia ninguna parte y se sumergen todavía más en su mundo “ni-ni”; nuestros políticos tirándose los trastes a la cabeza, alimentando cada vez más una peligrosa desafección hacia lo político; Telecinco con su Gran Hermano, tratando de saciar nuestro castizo cotilleo; el Real Madrid y el Barça goleando a los equipos contrarios…, en fin, parece que todo ha vuelto a empezar. Por eso quiero dedicar hoy la mirada al hecho de “volver a empezar”. Un "volver a empezar” que nada tiene que ver con la película de José Luís Garci, ni con la canción de Pablo Alborán, sino más bien con aquello que decía el griego Tucídides ("la historia es un incesante volver a empezar") o nuestro Ortega y Gasset ("la vida es permanente capacidad de volver a empezar"). Porque "volver a empezar" es  algo que forma parte de nuestra historia y de nuestra vida; y todos, de una manera u otra, lo hemos vivido especialmente durante estos días.



Septiembre es el mes de guardar el bañador y despertarse de esa especie de letargo en el que todo parece adentrarse durante los meses de julio y agosto. Es el mes del “síndrome postvacacional” y de subir esa “cuesta” que supone comenzar un nuevo curso escolar. Atrás seguro que han quedado ya los maravillosos días de vacaciones en familia, los refrescantes baños, el entrañable reencuentro con los amigos de siempre, los saludables paseos por el monte o la playa, las imperdonables siestas de después de comer, las inolvidables fiestas del pueblo, las afables charlas nocturnas en alguna terraza, la cerveza fresquita y el sabor de la más natural de las bebidas isotónicas: el gazpacho. Ha vuelto septiembre y con él el mes de proponer (o rehacer) proyectos, organizar horarios y rellenar agendas. Es el mes de abordar aquellas cosas que habíamos aparcado durante el verano y retomar el frenético ritmo cotidiano que comienza con la caída de la hoja. Sólo algunos, los menos, inician alguna nueva aventura, adentrándose en algo totalmente diferente de lo que estaban haciendo anteriormente.

Nos toca volver a empezar y, con ello, volver a esperar. Porque empezar y esperar no sólo son casi idénticos morfológicamente, sino que forman un binomio inseparable, como el haz y el envés de una moneda. Y es que no se puede empezar algo, y empezarlo bien, sin esperanza. Nadie comienza el camino de Santiago para quedarse a la mitad, ni empieza a jugar un partido de fútbol sabiendo que va a perder. Caminamos para llegar a la meta y jugamos para ganar. En este sentido, aunque todo parezca sombrío, a veces nos venza la desgana y el futuro se presente incierto, a nosotros nos toca afrontar este nuevo curso con la esperanza del peregrino o el anhelo del futbolista.

Hemos de empezar este curso y hacerlo con ilusión, aunque sin ser ilusos. Ya el Señor nos advierte en su Evangelio que cada día tiene su propio afán (cf. Mt 6, 34). ¡Y qué cierto es! Todos los días tendremos que volver a cargar con nuestras cruces particulares, afrontar los retos que se nos presenten y, por supuesto, aprovechar la oportunidad que tenemos para ser mejores y hacer de nuestro mundo, un mudo mejor. Si bien no podemos dar marcha atrás y es imposible empezar de cero, lo cierto es que cada día, cuando amanece, el Señor nos da una nueva oportunidad para: morir al hombre viejo y dejar que nazca un hombre nuevo; soltar definitivamente los lastres que arrastramos y caminar libres; afrontar las cosas de cara, sin miedo, y levantar el vuelo; llevar nuestra propia cruz con alegría, y no arrastrarla mientras vivimos cabizbajos y tristes.

Hay una oración que me gusta siempre rezar cuando voy a empezar algo:

        Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras,
        para que nuestro trabajo comience en Ti como en su fuente 
        y tienda siempre a Ti como a su fin.


Con esta oración no sólo pedimos a Dios su ayuda, que tantas veces necesitamos para no errar, mantener el equilibrio y llegar a buen puerto; sino también que Él sea nuestro principio y fin. Porque eso es lo que realmente necesitamos al comienzo de este curso, cada día cuando nos levantamos, en cada cosa que hacemos y, en definitiva, en toda nuestra vida.


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