Entre el engaño y la traición

Necesitamos sanar heridas. Me imagino que todos los que en algún momento han sido engañados por una persona querida, y que ha formado parte importante de sus vidas, estarán de acuerdo conmigo en que se trata de una de las experiencias más sangrantes que se pueden llegar a sufrir. Porque detrás de ese engaño se encuentra una confianza traicionada, una amistad naufragada y un corazón muy muy herido. Por eso es tan difícil poder recuperarse de un engaño. Es más, me atrevería a decir que resulta prácticamente imposible, y, si llegase a ocurrir, las cosas a partir de ese momento no pueden ser lo mismo. Es una cicatriz que a veces sangra y, sobre todo, previene de repetir tropezar con la misma piedra. Así que se necesita mucho tiempo (y con eso me estoy refiriendo a muchos años) hasta que pueda volver a construirse algo parecido a lo que existía anteriormente.


El engaño es un sinónimo de la mentira. Pero ese engaño y esa mentira son más sangrantes aún cuando te das cuenta de que se han convertido en una traición, en un quebranto absoluto de la fidelidad, porque has sido manipulado, utilizado como un juguete y tirado como un "kleenex". En ese momento entras a formar parte del "club de los damnificados" por tu "judas" particular. Y entonces sí, la herida es irreparable. La perplejidad te paraliza y la cabeza no te deja de dar vueltas: te preguntas mil veces porqué y cómo puede haber actuado así contigo, te culpabilizas de no haberte dado cuenta antes e incluso buscas excusas, aunque no existen, para que el daño no
aumente. Al final, como única posibilidad para vencer el paroxismo, decides que lo importante y mejor es pasar página de manera apremiante y que nuestros caminos se separen para siempre.

Cuando leí por primera vez el texto que aparece en la imagen final que acompaña a esta reflexión, pensé que reflejaba de forma acertada el sentimiento que despierta el engaño convertido en traición, aunque no sea entre dos enamorados. Sin embargo, en una segunda lectura caí en la cuenta de que aquello que da consistencia al sentimiento que sostiene cada verso es el desprecio; o sea, un deseo explicable y con fundamento de relegar a esa persona para siempre, una visceralidad que te corroe y un rechazo absoluto que, en fondo, llena de amargura. Por esta razón, evidentemente, me parece que se necesita hallar otra clave que permita seguir viviendo, y hacerlo en paz.

Todo proceso de recuperación siempre es lento, y necesita tanto una buena atención médica como medicina adecuada. En este sentido, para las heridas producidas por el engaño y la traición, nosotros necesitamos un tiempo de cicatrización, y que el Señor ("Médico del alma") nos proporcione el bálsamo de la misericordia con el que curar nuestras heridas.

Necesitamos perdonar; o lo que es lo mismo, dejarnos envolver y mover por la misericordia. En ella, nosotros podemos sanar las heridas: tanto las que provocamos como aquellas que infligimos a los demás. Pero también, además, se nos capacita para  llegar a perdonar a nuestros "pinochos" y nuestros "judas". Pensemos que nosotros también, en algún momento, hemos actuado así. Por eso, ser conscientes del dolor soportado nos sitúa y da la medida del dolor infligido; y al mismo tiempo, así como hemos buscado comprensión y perdón, nosotros también vamos a tratar de comprender y perdonar.

En el fondo, todos tenemos una parte de heridos hirientes buscando ser sanados. De ahí que vivir desde la clave del perdón y la misericordia nos ayudará a superar esta y otras heridas, ya sean fruto del engaño, de la traición o de aquello que pueda hacer sangrar nuestro corazón teniendo como origen la maldad humana.


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