Jueves Santo

        Última Cena

Los Doce se reunieron víspera de la Pasión
y otros Doce se juntaron tras la procesión.
El Jueves Santo, 
cuando todo termina,
recuerdan la Cena sagrada
donde comen el Pan que da vida.

La Cofradía de los Apóstoles
canta las glorias de nuestro Señor,
cantan con gozo que Dios nos entrega
su Cuerpo y su Sangre
en la comunión.

En una sala de Alcaudete
en noche de luna llena,
los doce dan testimonio
de aquella gloriosa Cena.

Cena de Pascua,
dolor de traición y despedida,
su corazón se desgarra,
llegó la triste partida.

Comparten la misma fuente
el Redentor traicionado,
el cobarde pescador
y el discípulo adorado.

Todos en la misma mesa.
¡Es el Banquete del Señor!
A él somos invitados
el santo y el pecador.

A ti te grito cristiano,
¡vívelo con devoción!
es el misterio más grande
que el Hijo de Dios dejó.

Te invita a la Santa Cena
Jesucristo Salvador,
bebida de Vida Eterna,
comida de redención.

Santo banquete fraterno,
que a los suyos ofreció.
Santo banquete gozoso.
Santo banquete de amor.

       Jesús Cautivo


      
¡Oh, Cautivo de Nazaret!
¡Oh Señor, vendido y apresado!
Treinta monedas costó tu libertad;
dinero de odio empañado,
de rencor y deslealtad.

El Jueves Santo tu imagen serena
recuerda el momento
del arresto, el juicio y la condena.
Tus manos, tus manos santas,
como un delincuente
las llevas atadas.

Atadas las manos
que bendicen y sanan,
que perdonan y limpian,
que serenan y calman.

Cautivo de Galilea que a sufrir y morir vas,
no estés triste, no estás solo,
porque Dios te dio una Madre
que tu cruz abrazará.

Y a Ella, Madre ejemplar,
con profundo sentimiento,
amor y recogimiento,
yo le quisiera cantar.

Señor de la humildad





Hombre sufriente, Cristo de la Humildad,
que todos los Jueves Santos dejas tu hogar,
para gritar en el silencio
que no eres uno de tantos,
sino el Señor que viene a reinar.

Hombre de la paciencia, Cristo de la Humildad,
que sentado soportas las ofensas
de los ciegos de odio y de rencor
Porque todo lo perdonas por amor.

Hombre despreciado, Cristo de la Humildad,
a quien en un tiempo acompañé
como imagen de mi hermandad.
De mi San Pedro te marchaste
¡Cuánto te extraña aquella comunidad!

Hombre de las tres potencias, Cristo de la Humildad,
que en mis recuerdos de niño tú siempre has querido estar.
Primero como romano, después como nazareno,
en el Santo Entierro y la Virgen de la Piedad.

Hombre de capa roja,  Cristo de la Humildad,
que soportaste con paciencia una realeza teatral.
Tus costaleros te llevan con paso solemne,
proclamando con tu púrpura y tu cetro
que eres el rey de Reyes,
el Dios de la eternidad.




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