Cadena de favores en El Rocío

La famosa expresión de los directores de cine en el momento del rodaje ha servido de inspiración para el campamento de la Parroquia de la Natividad de Jamilena, en donde actualmente me encuentro como párroco. Desde el día 17 y hasta el día 23 de julio, un grupo de 78 personas, formado por niños, jóvenes y adultos, nos hemos trasladado a la aldea de El Rocío para vivir unos días  de encuentro, fe, alegría, talleres, juegos, bailes... Son jornadas maratonianas, sin móvil ni aparatos electrónicos, donde lo más importante es la convivencia.

Hoy quiero dedicar mi mirada a los campamentos y, de modo particular, a la hermosa experiencia que vivieron los niños ayer. Les marcó tan profundamente que durante todo el día estuvieron rememorando lo vivido; hasta sus caras se iluminaban simplemente con pensarlo. Por la noche, incluso, llegaron a decir que había sido el mejor juego del campamento.

Seguro que, llegados a este punto, todos los que estáis leyendo esta mirada os estaréis preguntado: ¿qué hicieron de especial? ¿a qué jugaron los niños? ... La verdad es que no fue nada extraordinario, y esa es, quizás, la gran paradoja que me gustaría evidenciar.

El guión de este día fue la película, dirigida por Mimi Leder en el año 2000, Cadena de favores.  Y el título que se le puso al día de campamento, "El tesoro de compartir". La dinámica  era muy sencilla: debían ir por grupos ofreciéndose para hacer un favor a cambio de algo de comida. Así, ayer nuestros niños vivieron su particular cadena de favores.


Durante un rato, educadamente, debían ofrecerse a las personas con las que se encontraban para hacerles un favor, lo que ellos les dijeran, a cambio de algún producto que después pudieran traer a la casa para compartirlo entre todos. Una condición fundamental era que no podían aceptar dinero. El resultado fue: volver cargados de alimentos y, sobre todo, quedar marcados por la experiencia de encontrarse con personas desconocidas que les hicieron ver la alegría de compartir. Solo algunos (los menos) cerraron las puertas de sus casas o no les hicieron caso. Pero eso, como he dicho, fueron los menos. Casi todo el mundo los trató con mucho cariño y respeto.

Ellos volvieron pletóricos, dando detalles de la aventura: las personas que se encontraron, lo que habían hecho, lo que habían conseguido, cómo se habían sentido.... Y por la tarde, como algunas personas pidieron que los visitara el cura del campamento, fui a verlos. Entonces comprobé de primera mano la hermosa estela de alegría que dejaron los niños en las personas que habían visitado por la mañana.

Ayer se vivió una cadena de favores en El Rocío y los niños aprendieron una gran lección: en la vida merece la pena ser generosos. O dicho con otras palabras, descubrieron el hermoso tesoro de compartir, la alegría de dar y recibir. A su manera, estos niños fueron unos singulares misioneros en la aldea almonteña: misioneros del favor, misioneros del amor.

Cuando termine este campamento, estoy convencido de que los niños volverán a sus casas, a su familia y a su vida con un corazón lleno de anécdotas, emociones y sentimientos. Contarán a sus padres y a sus amigos muchas de las cosas que han hecho durante estos días. La experiencia ya ha entrado a formar parte de sus cortas vidas y les dejará una profunda huella. Pero, sobre todo, cuando pase el tiempo, se hagan mayores y cuenten aventuras de su infancia y juventud, seguro que muchos de ellos recordarán lo que vivieron ayer.

Ellos han encontrado este tesoro y espero que no lo dejen escapar. Porque merece la pena ser generoso, compartir y, en definitiva, amar. La vida es para entregarla a los demás, aunque nuestra sociedad se empeñe engendrar hombres y mujeres narcisistas, que solo piensen en ellos mismos. Las sociedades de fieles devotos del "dios" Narciso o del "superhombre" de Nietzsche están llamadas a un futuro sin esperanza. Desde luego ese no es el mundo que queremos para estos niños. Por eso, mirando al Evangelio, apostamos por una sociedad en la que se imponga compartir antes que competir; servir antes que sobresalir y perdonar antes que odiar. Estos días de campamento y todo el esfuerzo que conllevan quieren ser una semilla de estos valores sembrada en el corazón de estos niños.

La mañana empezó con la oración para aprender a amar de la Madre Teresa de Calcuta. Ella enmarcó la jornada y podría también ser nuestra petición constante a lo largo de toda nuestra vida.

Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien; Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.

Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.


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