Coronavirus IV: Aquí estamos los curas


El cuarenta por ciento de la población mundial se encuentra confinado en sus casas, intentando adaptarse cada día a esta insólita situación provocada por el Covid-19. El virus ha paralizado nuestra ajetreada vida, marcada por la cotidianidad del trabajo, del encuentro con familiares y amigos, del paseo por nuestras calles y plazas… Ahora nos levantamos con el temor de no contagiarnos y de mantener una cierta rutina que nos permita sobrellevar el encierro. Nos alegramos de no presentar algún síntoma de contagio. E intentamos acostumbrarnos a unas pautas de comportamiento diferentes, marcadas por la amenaza lacerante de un microorganismo, que nos amedrenta si abandonamos nuestro refugio por algún motivo de los permitidos en el actual Estado de Alarma. 


Ante esta situación, el obispo de Jaén, D. Amadeo Rodríguez Magro, determinó cerrar las puertas de los templos de la diócesis hasta que las autoridades sanitarias consideraran que el nivel de contagio no pusiera en riesgo a los fieles. Y es entonces cuando a los sacerdotes nos surgen algunas preguntas: ¿qué podemos hacer? ¿cómo echar una mano? ¿de qué manera ayudar a los fieles de nuestra parroquia? Estas y otras muchas cuestiones, en el fondo, brotaron de nuestro sentido de la responsabilidad como ciudadanos, que intentan ayudar en esta situación crítica de pandemia, y como pastores al frente de una comunidad parroquial. 

En este sentido, los párrocos hemos tenido que replantear tanto nuestra vida personal como la atención a nuestras comunidades cristianas. En el plano personal, los sacerdotes hemos pasado de tener agendas repletas de celebraciones, reuniones y encuentros de diferente índole, a disponer de todo el tiempo del mundo. Y la mayoría de los presbíteros, como muchos de nuestros contemporáneos, nos encontramos afrontando este confinamiento en soledad, sin nadie en nuestro hogar con quien compartir el día a día. Así, pues, el aislamiento nos ha brindado la oportunidad de afrontar gran parte de la Cuaresma y la Semana Santa de una manera más sosegada, con más tiempo para la oración y la reflexión personal. En definitiva, hemos aparcado las actividades pastorales y litúrgicas propias de estos días en cualquier parroquia, para dedicarnos a otras cuestiones, entre las que ha adquirido una preponderancia especial la vida espiritual. Por eso, se puede decir que el confinamiento está siendo un tiempo favorable para las cosas del espíritu, algo siempre positivo, y más para un sacerdote. 

La otra cuestión que hemos tenido que afrontar ha sido la atención pastoral a nuestras comunidades cristianas con las puertas de los templos cerradas. Desde el primer día, los párrocos hemos tenido claras varias cosas: no podíamos olvidar a los más necesitados y desfavorecidos, teníamos que seguir celebrando la eucaristía sin la asistencia de pueblo y debíamos sembrar esperanza en este momento en el que la humanidad parece naufragar. 

Nuestros templos están cerrados, pero nuestra Iglesia sigue abierta, siempre está abierta. Nuestras parroquias siempre están abiertas de par en par para atender a las personas que pueden necesitar al sacerdote por una razón u otra. En estos días, a nuestras puertas están llamando: los familiares de los fallecidos (sea por el virus o no), para que les acompañemos espiritualmente a despedir a sus seres queridos; padres de familia que ya están padeciendo las terribles consecuencias económicas que está provocando esta pandemia; y algunas personas que, a través del teléfono, intentan encontrar un rayo de esperanza y algo de consuelo. 

Por otra parte, para muchos de nosotros, celebrar la eucaristía sin pueblo está siendo una situación inaudita, pues normalmente celebramos una o varias misas al día, pero siempre con feligreses, aunque sean pocos. Durante este tiempo de confinamiento, nos ha tocado celebrar la eucaristía escuchando el eco de nuestras propias voces en una habitación de nuestras casas, en pequeñas capillas o en templos completamente vacíos. Por experiencia personal, he de decir que la sensación de entrar en tu parroquia, encender algunas luces, mirar desde el altar para los bancos y no encontrarte allí a tus feligreses, especialmente a esos que siempre se sientan en el mismo sitio y a los que pones rostro, nombre y apellidos, es realmente conmovedor. 

El virus nos ha encerrado en nuestras casas y ha clausurado nuestros templos, pero no ha impedido que en muchas parroquias se siguiera celebrando la eucaristía en comunidad, e incluso se haya vivido esta Semana Santa con intensidad. Las nuevas tecnologías han irrumpido en las parroquias como lo ha hecho en la vida de muchas personas, que hasta la llegada de esta pandemia nunca habían utilizado las videollamadas o las redes sociales. El uso de internet está ayudando a mantener viva la llama de la fe personal y comunitaria. De hecho, se ha desarrollado una creatividad pastoral admirable y se ha puesto la tecnología al servicio de la evangelización en numerosas comunidades parroquiales. Por eso, entre las cosas positivas que sacaremos de esta pandemia será que nuestras parroquias han continuado siendo “Iglesias en salida” con sus templos clausurados. Y es que se ha entrado con fuerza en el areópago de las nuevas tecnologías y de las redes sociales, ofreciendo materiales, retransmitiendo en directo celebraciones, reflexiones y meditaciones, invitando a rezar el viacrucis con las estaciones grabadas en las casas… Sin duda alguna, ha permitido una “primavera” en la forma de evangelizar, por la utilización efectiva de los nuevos medios a nuestro alcance al servicio de la pastoral parroquial. 

Los curas “aquí” estamos y “aquí” estaremos, en nuestra parroquia y con nuestros feligreses, haciendo lo posible por seguir sembrando la alegría del Evangelio y la esperanza de la fe; en definitiva, llevando la luz de Cristo resucitado a un mundo envuelto en sombras de muerte por culpa de un virus. 

¡Feliz Pascua a todos!




PD. Publicada en el Diario Jaén.

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