Las prisas: el mejor aliado del virus (Coronavirus IX)

La euforia desatada con el avance de la mal llamada “desescalada” ha derivado en una insólita actitud de total despreocupación por la amenaza del Coronavirus. Hemos pasado de estar confinados en nuestras casas, atemorizados por miedo al contagio, a ver nuestras calles y avenidas repletas de gente, incluso organizando fiestas de cumpleaños o barbacoas con familiares y amigos en grupos mucho más numerosos de los permitidos por las autoridades sanitarias. Es más, las últimas noticias nos dejan imágenes de macrofiestas o macrobotellones en diversos rincones de nuestra geografía, mientras nos encontramos viviendo diez días de luto nacional por las víctimas de esta pandemia.


No sabría identificar el motivo o motivos que han provocado, casi de un día para otro, ese cambio de actitud tan radical en muchas personas, pero estoy seguro de que se ha identificado “desescalada” con “desaparición”, y eso no es verdad. Basta hablar con algún sanitario o alguna familia que haya sufrido directamente las consecuencias de la Covid-19 para saber que esa identificación está muy lejos de la realidad.

Es verdad que el número de contagios y de fallecimientos ha descendido. Y lo sabemos no por las cifras oficiales y aleatorias que nos están ofreciendo las autoridades, sino por ese pulso de la realidad que percibimos a través de la información que nos llega por distintos canales. El peligro de contagio ha aminorado. Sin embargo, el virus está ahí; o mejor dicho, está aquí, con nosotros, y sigue siendo una amenaza hasta que se descubra el retroviral o la vacuna.

El extraño comportamiento que se percibe últimamente a nuestro alrededor evidencia que nuestro peor enemigo no es la Covid-19, sino la falta de principios morales que ahora parece aflorar, después de un tiempo en el que nos deshacíamos en aplausos a los sanitarios, de halagos a las fuerzas del orden público y de reconocimiento a tantas personas generosas y solidarias que han estado ayudando a los demás. En este sentido, si no somos capaces de ponerle freno, la pandemia va a ser el menor de nuestros males. Porque una mirada retrospectiva nos asegura que una sociedad acaba superando cualquier amenaza sanitaria, aunque suponga mucho tiempo y el sacrificio de miles de personas, pero que es imposible que sobreviva sin principios y valores morales; sin la virtud, en todas sus expresiones.

La actitud desafiante de muchas personas, incluso jactándose de incumplir las normas sanitarias, expresa una imprudencia que puede acabar perjudicando al conjunto de la sociedad gravemente. En este sentido, se pone de manifiesto que una de las virtudes cardinales más amenazadas durante esta desescalada está siendo la prudencia. Las otras virtudes (justicia, fortaleza y templanza) también parece que se diluyen en lo que el investigador Gustave Le Bon denominó «época de masas» o el filósofo Byung-Chul Han llama actualmente «el enjambre digital». Pero este análisis merece un capítulo aparte.

Platón definía la prudencia como la virtud propia del ser racional para conocer qué es lo más conveniente en cada situación. Y tanto Sócrates como Platón consideraban que la prudencia como tal era una consecuencia o manifestación de la sabiduría. De manera que ser prudente era una forma de ser sabio. Después será Aristóteles quien separe nítidamente prudencia (phrónesis) y sabiduría (sophía), teniendo claro, no obstante, que «la prudencia es un modo de ser racional, verdadero y práctico, respecto de lo que es bueno y malo para el hombre» (Ética a Nicómaco, VI, 1140b). Es decir, la persona prudente piensa siempre buscando el bien.

A la luz de estas ideas de los clásicos sobre la prudencia, deberíamos repensar lo que estamos haciendo en estas fases de desescalada. Porque ahora, de una manera particular, estamos llamados a ser sabios que persiguen el bien propio y el de los demás, es decir, ser prudentes. Lo contrario es seguir una deriva de estulticia que aviva la propagación de la Covid-19 y permite que se siga sembrando sufrimiento y muerte a nuestro alrededor.

¿Por qué tantas prisas? Un proverbio muy conocido nos recuerda que «las prisas no son buenas». Y no son buenas para nada, pero menos aún en un contexto de pandemia, con un virus que se propaga rápidamente. En estos casos, las prisas se convierten en su mejor aliado. El hecho de nunca tener tiempo para nada y hacerlo todo deprisa evidencia que estamos profundamente marcados por el lema «just do it», que al castellano viene a significar algo parecido a «solo hazlo». Es el eslogan de una conocida marca deportiva que lleva acompañándonos durante más de treinta años y que es considerado por los especialistas en marketing y publicidad como el mejor lema publicitario de la historia. Su mensaje es directo: no importa el momento, ni la dificultad, ni el resultado; no importa nada, solo hazlo. En definitiva, expresa sin rodeos la mentalidad que, consciente o inconscientemente, determina nuestra pauta de comportamiento y que, por tanto, explica la actitud irresponsable de aquellos que no respetan las medidas sanitarias.

Está claro que nuestra sociedad, contaminada por el virus y por las prisas, necesita ejercer la virtud de la prudencia y recuperar el placer inusual de esperar. El hecho de esperar no es un peso muerto, que haya que tirar por la borda. El cardenal Tolentino escribió en una ocasión: «Quizás necesitaríamos decirnos a nosotros mismos y a los demás que esperar no es necesariamente una pérdida de tiempo. Que puede ser justo lo contrario […] Quien no tenga paciencia para esperar que germine la simiente, jamás experimentará la alegría de florecer».

Hemos vivido unos meses muy duros de confinamiento, con unas consecuencias sociales y económicas terribles, que se prolongarán durante un tiempo. Si no queremos que tanto esfuerzo y sacrificio sea baldío, no hay que apresurarse. Es un momento para la prudencia; una ocasión para cultivar el arte de esperar. Sólo así experimentaremos la alegría de haber vencido al virus y, sobre todo, de ver que nuestra sociedad frena su marcha en ese camino de desintegración moral por el que parece precipitarse.


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