Lágrimas en el alma

El pasado 8 de septiembre me despedí de la parroquia de la Natividad de Jamilena. Fue una celebración de acción de gracias a Dios por mis cinco años de ministerio pastoral al servicio de esa comunidad, donde no faltaron las muestras de cariño y las fuertes emociones propias de las despedidas. Un día llegué a este pueblo de la Sierra Sur para asumir la tarea que la Iglesia de Jaén me encomendaba, y el otro día lo dejé por la misma razón. Ahora la Iglesia me ha pedido que atienda la comunidad cristiana de la parroquia de Santa María de Torredonjimeno. 

En esta mirada os dejo mis últimas palabras como párroco de allí, palabras llenas de gratitud hacia la comunidad y las personas que, durante estos cinco años, han sido un verdadero regalo de Dios. 



Despedida de Jamilena

Septiembre, 8 de septiembre de 2020

 Tal vez hayáis oído hablar alguna vez del síndrome de la hoja en blanco. Es como se denomina al miedo que una persona tiene a empezar a escribir algo. Yo, a lo largo de mi vida, he vivido muchas veces ese síndrome, y esta mañana, cuando me puse delante del ordenador para escribir esta despedida, me ha vuelto a pasar. No sabía por dónde empezar. Y no porque me faltaran las ideas o no encontrara las palabras exactas, como otras veces, sino porque no quería decir adiós. Algo muy dentro de mí me impedía escribir las que van a ser mis últimas palabras como párroco de Jamilena.

No sé muy bien describir lo que estoy sintiendo durante estos días. Y es que, como dice la famosa sevillana, algo parece que muere en el alma y te sobrecoge el corazón. Algo inexplicable te conmueve las entrañas. Y es en ese momento cuando, sin darte cuenta, los ojos empiezan a expresar con lágrimas lo que los labios son incapaces de pronunciar con palabras. Son las lágrimas de la despedida; las lágrimas que expresan un agradecimiento profundo y sin límites.

Hoy, y en este momento, lo que me gustaría realmente es abriros mi corazón de par a par para que pudierais ver hasta dónde llega mi agradecimiento por todo lo que hemos compartido y vivido durante estos últimos cinco años. Porque ha sido mucho, y muy bueno.

La vida es, entre otras cosas, una colección momentos. Y los momentos que han marcado mi vida durante este último lustro los he vivido con vosotros. Han sido momentos únicos, irrepetibles e imborrables. Unos llenos de profunda fe y devoción como: las madrugadas de Viernes Santo, la clausura del XXV aniversario de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, las procesiones y octavas del Corpus, Días de Jesús, fundación de la Cofradía de la Virgen del Rocío y encuentro diocesano rociero. Después también otros momentos llenos de vida y de una especial alegría como: el ensayo con el coro de los niños y las misas de los domingos por la mañana, los campamentos, las fiestas de Navidad o de fin de curso de las catequesis, los cursillos prematrimoniales, las convivencias con los jóvenes, las peregrinaciones a la Virgen de la Cabeza o el Camino de Santiago. También otros momentos de satisfacción por el trabajo realizado como: la defensa y publicación de mi tesis, la limpieza general del templo, la restauración y colocación de los Cuadros de la Ermita en la Iglesia, el arreglo de las puertas y la reforma de la capilla del Santísimo. Y tampoco han faltado momentos graciosos y simpáticos, como aquella vez que toqué las campanas a las seis de la mañana.

La vida está llena de momentos que dibujan la historia de cada uno, pero sobre todo son las personas las que van dejando una huella en nosotros que determinan lo que somos. Me voy de Jamilena sabiendo que muchos de vosotros habéis dejado una profunda huella en mí. Vosotros me habéis ayudado a crecer como personas y como cura. He experimentado que sois esa otra familia que el Señor prometió a los que le siguieran y el “ciento por uno” que concede a los que renuncian por Él. Por eso, allí donde me encuentre, siempre diré orgulloso que durante unos años yo fui párroco de Jamilena, del pueblo que “rinde homenaje a su Patrón con lágrimas en el alma y besos en el corazón”.

Hoy estáis aquí parte de la comunidad cristiana y representantes de todos los grupos que trabajan en la parroquia. No puedo marcharme sin pediros perdón por las veces en las que, tal vez, no haya podido responder a vuestras demandas o no he dado un buen testimonio cristiano. Confío en vuestra comprensión y espero que el Señor sepa perdonar mi debilidad por todas esas ocasiones.

Y también quiero aprovechar este momento para expresaros mi más sincero agradecimiento por vuestra dedicación y esfuerzo. Gracias por vuestro compromiso con el Señor y poner vuestros talentos al servicio de la Iglesia que se encuentra presente en esta parroquia. Gracias a los miembros del Consejo Parroquial y Económico; la Cofradías y grupos parroquiales; los Ministros Extraordinario de la Comunión; los Catequistas; los que trabajan en Cáritas; los que forman parte del grupo de lectores, de los Coros o de los grupos de limpieza; los encargados de los cursillos prematrimoniales, de la sacristía, el campamento, el despacho y las nuevas tecnologías. A todos, mi más sincera y profunda gratitud. Y espero que el Señor, el Dueño de la Viña, os tenga preparado el premio reservado a los trabajadores buenos y fieles.

A todos y cada uno de los que estáis hoy presentes aquí, a los que no han podido estar por una razón u otra, y a los que habéis organizado y colaborado en esta celebración, me gustaría daros las gracias personalmente y despedirme con un abrazo lleno de cariño. Sería muy injusto por mi parte que yo ahora empezara a dar nombres, porque esa lista sería larguísima y seguro que se me olvidaría alguien.

Pero vais a permitirme que sí dé un nombre y que en él cada uno de vosotros os sintáis identificados. Ese nombre es Juan José, mi Juanjo. Él no solo ha sido el sacristán de la parroquia, ha sido mi compañero, mi confidente, mi amigo y mi padre en Jamilena. Siempre ha estado junto a mí, incluso durante la pandemia, con una disponibilidad impagable, una total discreción y una permanente sonrisa. Juanjo, gracias, muchas gracias. Espero que el Señor premie todos tus desvelos por mí como te mereces, porque yo jamás seré capaz de responder adecuadamente a todo el bien que me has hecho.

Me voy y os dejo en las manos de un buen sacerdote, D. Antonio, y también en las manos María Santísima, Nuestra Señora de la Natividad. Que ella, como la tarde del Viernes Santo, os abrece y cuide a cada uno de vosotros como hijos, para que siempre sintáis el amor de Dios y sigáis construyendo una parroquia capaz de contagiar la alegría del Evangelio. Pero sobre todo os dejo en las manos de Nuestro Padre Jesús. A Él le pido y le pediré, mirándolo a los ojos, lo que muchas veces le he pedido lo largo de estos años:

No apartes nunca tu mirada buena
de este pueblo ferviente que te adora;
que persevere siempre Jamilena
en ese amor que para ti atesora
.

 

Gracias y mil gracias a todos de corazón.





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