El Camino de Santiago: «Un camino para la misión»
“Para gustos, vacaciones”. La expresión no es esa, pero
puede servir. Porque hay personas que prefieren pasar sus días de vacaciones
tranquilamente tumbados, dejándose broncear después de un buen chapuzón en una playa o en una piscina; otros aprovechan para viajar a algún lugar y contemplar
bellos monumentos; otros se van a la montaña para desconectar de todo y
sumergirse en la tranquilidad de algún bosque; otros deciden visitar a la
familia en el pequeño pueblo de nuestra geografía rural, cada vez más solitaria,
pero solicitada en estos días…, en fin, se puede decir que existen tantas
formas de vivir los merecidos días de vacaciones como personas.
La posibilidad de realizar con mi parroquia el Camino de
Santiago lleva rondando mi cabeza varios años. Pero nunca he visto la ocasión propicia para organizarlo. Por eso, el hecho de haber invitado el obispo de Jaén a
nuestra diócesis a lanzarse a la misión, me pareció que podría ser el momento.
Y así ha sido. He planteado este Camino de Santiago como «un camino para la misión», porque en él, de alguna
manera, se dan las condiciones óptimas para poder encontrarse con el Señor, se puede vivir y transmitir la alegría de la fe y se llegar a descubrir la importancia de afrontar esta vida en comunidad.
No es mi primer camino. Pero sí el primero como párroco
peregrino con sus feligreses. ¡Ha sido precioso y enriquecedor para todos! Antes
he peregrinado con un amigo, con un grupo reducido de tres personas; con un
enorme grupo de jóvenes de la diócesis, en el Xacobeo del 2010, durante mi
etapa como Delegado episcopal de Juventud. Todas aquellas peregrinaciones a Santiago fueron experiencias hermosas y
únicas, como cada vez que uno afronta el Camino. Pero ésta ha sido la primera
vez que lo he hecho con mi parroquia (aunque se han añadido algunas personas de
fuera) y con familias completas.
Ha sido un gran descubrimiento ver cómo no sólo
hacemos el Camino, sino que el Camino nos hace a nosotros. Porque cada una de
las 38 personas que hemos vivido esta aventura teníamos una motivación: ver
cumplida una ilusión, acompañar a su esposo o a su esposa, asumir un reto que
parecía imposible, desconectar de la rutina, organizar ideas…, y doy por
supuesto, ya que venían con un grupo organizado por la parroquia, que en todos
existía alguna motivación religiosa, aunque no de manera explícita. En los
testimonios que han compartido algunos peregrinos, y aparecen en el Facebook de
mi parroquia, se puede ver. El caso es que todas esas motivaciones han servido
para ponerse en camino y dejarse sorprende. Y el hecho de estar abierto a la sorpresa de aquello que puede
deparar el Camino es sinónimo de estar abierto a la providencia divina, a dejarse en las manos de Dios. Por eso, como Dios
nunca deja de sorprendernos con generosidad, en esta ocasión ha sido bastante generoso. Yo me quedaría
con algunos detalles que me han parecido especialmente hermosos.
En segundo lugar, el Camino ha dejado enternecedores testimonios
de superación, de amor y de amistad. ¡Ha sido admirable! Algunos miembros de
nuestro grupo ya eran conscientes de sus limitaciones y del esfuerzo que les
iba a suponer afrontar las exigencias del Camino. Sin embargo, asumieron el
reto de hacerlo. Y lo han hecho. Porque el Camino siempre implica una buena
dosis de sufrimiento por muy bien preparado que estés físicamente, pero para
estas personas aún más. Y lo han conseguido gracias a su sacrificio y a que
nunca les ha faltado la compañía de su esposo y de amigos del grupo que han estado
dispuestos a ralentizar su marcha para no dejar a nadie atrás. En nuestro Camino nadie ha llorado solo. Las lágrimas del esfuerzo siempre tenían un
hombro donde ser recogidas. Y eso, como he dicho antes, ha sido admirable.
En tercer lugar, el Camino nos ha regalado disfrutar de unos
bellísimos paisajes y de una lluvia intensa. Nunca había realizado un Camino
con tantísima agua. Los dos últimos días no nos podíamos haber mojado más,
sobre todo durante los últimos kilómetros, antes de entrar en la Plaza del
Obradoiro. Y ¿sabéis lo más importante? Que nada podía detenernos. Nos daba
igual el calor que la lluvia, estar empapados en sudor o empapados por el agua…
nada iba a detenernos y hacer desistir de nuestro objetivo. Éramos indiferentes al clima y a las dificultades que se nos presentaban. Lo
importante era llegar. Y entramos en aquella hermosa plaza de la Catedral de
Santiago cantando el himno de Jamilena. Hay que vivirlo para poder sentir el
cúmulo de sentimientos que afloraron. Por unos instantes, en aquella plaza que ha sido testigo durante siglos de la llegada de peregrinos, palpitaba nuestro pueblo, nuestra gente. El corazón de Santiago de Compostela era jamilenúo.
Por último, el Camino nos ha regalado el testimonio del
obispo emérito de Ciudad Real, D. Antonio Ángel Algora Hernando, que, a sus 79
años, estaba recorriendo las etapas como un peregrino más, junto a un grupo de
familias de Hoyo de Manzanares. Nos lo encontrábamos por las mañanas haciendo
el camino y, por la tarde, durante las celebraciones
eucarísticas. Un obispo que sigue caminando después de jubilado; que no le pesa
dormir en un colchón hinchable en el pabellón deportivo de Palas de Rey; que no
le importa cansarse y mojarse como “sus ovejas”. Para mí, un testimonio de
pastor; de lo que, como párroco, estoy llamado a vivir allí donde me encuentre,
con la comunidad cristiana que el Señor me encomiende.
Podría seguir contando otras muchas anécdotas,
vivencias y sentimientos que me han tocado el corazón a lo largo de esta experiencia
de soledad compartida que es el camino, pero tampoco se trata de alargarse más. Sólo me queda
agradecer a Dios y a todos los peregrinos con los que he compartido esta aventura tanto bien como me han
hecho, esperando pronto volver a calzarme las botas y colgarme la mochila para repetirlo.
Ya estamos de nuevo en Jamilena. Ahora nos toca emprender
nuestro verdadero camino: el Camino de la Vida; continuar el camino de nuestra
Parroquia. Hay muchos tipos de peregrinos: los concheros (van a Santiago), los
romeros (a Roma) o los palmeros (a Jerusalén); pero, en el fondo, caminantes al
encuentro del Señor, que es nuestra meta última y definitiva.
Esperemos poder repetir la experiencia del Camino de
Santiago y, mientras tanto, seguir caminando con la alegría de saber que nunca
estamos solos y de que la recompensa de la meta merece la pena el esfuerzo del
camino.
¡Buen Camino a todos! ¡Ultreya!