Las golondrinas del Viernes Santo

En este singular 25 de marzo, en el que el calendario ha unido el día de la Encarnación con el día de la muerte del Hijo de Dios, quiero compartir con vosotros mi "mirada" sobre algo que me ha ocurrido hace unas horas.

Eran las seis y algo de la mañana del Viernes Santo cuando salía del templo el cuadro de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Y yo me encontraba allí por primera vez, acompañando al Señor de Jamilena en la "madrugá".

Durante estos días varias personas me habían dicho que esta procesión tenía algo especial, pero nadie sabía decirme el qué de forma concreta. Para mí, sin duda alguna, ya era una novedad la hora de salida. No recuerdo haber acompañado una procesión tan temprano. Es más, he de reconocer que me parecía un cierto despropósito, si se tiene en cuenta las muchas horas que tiene el día. No obstante, venciendo el sueño y armándome con ropa suficiente para combatir el frío matutino, allí me encontraba: rodeado de gente, un cuerpo de costaleros perfectamente uniformados con su túnica morada, la banda de música dispuesta para romper el silencio con sus acordes... Todo preparado para acompañar a Nuestro Padre Jesús.

Todo parecía normal. Pero se quedó en eso: apariencia. Desde el principio comencé a percibir que esa normalidad no era tal, porque se respiraba algo distinto. Había menos bullicio que los otros días, cuando han salido las demás procesiones. Apenas se veían espectadores y foráneos, pues casi todo el mundo era jamilenuo y llevaba sus velas para acompañar la procesión. Y, sobre todo, me llamó la atención el hecho de que la mayoría de las miradas estaban perdidas (y no por el sueño) y muchas personas se encontraban descalzas.  

Poco a poco, como el agua que desbordada vuelve a su cauce, la muchedumbre fue formando dos filas perfectamente alineadas para escoltar con sus velas encendidas a ese Jesús de Nazaret con la cruz a cuestas. Todos, de una manera u otra, en un momento u otro, buscaban poder encontrarse con aquella Mirada bajo el palio morado bordado en andas plateadas. 

En un clima de respetuoso silencio, música suave y algún que otro viva, nos encontrábamos subiendo la cuesta de Jamilena que lleva el mismo nombre del titular portado a hombros. Y fue a la altura de la casa del Maestro Colmenero, en un momento en el que los anderos se detienen para tomar aire y poder seguir, cuando realmente descubrí una de las cosas que hacen especial esta procesión. 

Se detuvieron las andas en mitad de la cuesta, la música dejó de sonar y el cortejo se paró; los primeros rayos de sol rompieron la noche y el verde del gran monte, que estaba sirviendo de decorado, relucía por el rocío. Así, en ese momento, en el que además se hizo un especial silencio, y mientras contemplaba el cuadro y trataba de mantener la mirada a los ojos de la imagen de Jesús, las golondrinas de aquellos cuatro nidos comenzaron a trisar a modo de saeta. Fue su particular canto a ese Cristo con la cruz al hombro que se había detenido a las puertas de su casa. Quizás duró un minuto, no más, pero lo suficiente para sentir la "belleza" de esta procesión y del misterio de este día santo. 

Al despuntar la aurora, en una mañana fría, muy fría, de Viernes Santo en Jamilena, aquellas golondrinas me recordaron que los hombres somos criaturas de Dios; del Dios creador de todo, que nos envió a su único Hijo para vencer al pecado y abrirnos a una vida nueva. Por eso nosotros, como las golondrinas, hemos de cantar y alabar a nuestro Dios en su Hijo, que se rebajó hasta someterse a una muerte, y una muerte de cruz. Y es que nosotros, como aquellas golondrinas, hemos de reconocer hoy y siempre que Dios se encuentra a las puertas de nuestra casa. Él se nos acerca en Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, para regalarnos una vida nueva, una vida en abundancia: la vida eterna.

¡¡¡Feliz Pascua para todos!!!


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